Al otro día y como es de costumbre, salgo con mi bicicleta a dar unas vueltas por el parque, ya que estoy de vacaciones y hace rato que no pedaleo; siempre asisto a las clases pedaleando a no ser que llueva atrozmente. En ese caso me tomo un taxi desde mi casa hasta la esquina de la facultad y busco la manera de atravesar el callejón que desemboca en la entrada, y que por cierto se inunda incluso llegando el agua hasta la cintura en los peores casos. Otro detalle no menos importante pero que de todos modos quiero destacar, es que el callejón es tan largo y es tanto lo que hay que caminar, que uno se termina mojando por más que se lleve paraguas. ¿Por qué corno tiene que estar tan lejos? Dí dos vueltas y no se me ocurrió nada mejor que ir a visitar a Gastón, compañero de la facultad, y que casualmente vive cerca de ahí. Cree que ya es adulto responsable y maduro por el hecho de vivir solo, pero yo siempre le recuerdo que el departamento en donde vive se lo alquilan sus padres. Él es de Tierra del Fuego, Argentina. Un lugar realmente bello por sus paisajes pero un poco frío para mi gusto. Por eso entiendo su afición a ir de campamento donde sea, es que está acostumbrado a la vida al aire libre exactamente opuesta a la de la ciudad. No es de complicársela para nada, al contrario, tiene una manera de verla un tanto despreocupada; casi siempre está pensando en sexo; digo casi, porque cuando su estómago gruñe, no para de pensar en comida hasta que no calma su sed o hambre.
Toc Toc (golpeo la puerta)
· ¿Quién es?
· Pizzería
· ¿Pizzería? Yo no pedí ninguna pizza
· Ja ja ja ¡Soy yo! ¡Dale abrí!
· Dale entrá. Siempre hacés lo mismo y encima caigo…
· Ja ja ja si… ¿Qué andás haciendo?
· Nada, lo de siempre. Cerrá la puerta
Cierro la puerta y nos dirigimos hacia donde está la computadora; con un sanguche en la mano a medio comer, comenta:
· No sabés la hermosura que me atendió en la panadería; me puse a charlar y le saqué el celular. Quedé en que mañana la llamo para ir a tomar algo. Ahora me dieron ganas de tomar una cerveza, andá a la heladera y traete dos.
· No, yo no quiero. Pasaba a ver como andabas. ¿Con quién estás chateando?
· Con Mercedes; es de la facultad, quizás la conozcas. Me pregunta si quiero acompañarla a rendir un exámen.
· Tomá tu cerveza y de paso me traje una para mí.
· ¡Eee campeón! ¡Por los viejos tiempos! ¡Salud!
· ¡Salud!
Mientras seguía chateando con su amiga, me contaba que allá de donde él venía, cuando salía a pescar con sus amigos, no necesitaban congelar la cerveza con anterioridad y tampoco hacía falta llevar una heladera portátil, porque del frío que hacía, la cerveza siempre estaba lista para tomar. Particularidades como ésas, siempre me interesó escuchar; no precisamente la cuestión de que la cerveza estuviera siempre fría, sino, los detalles, las características de lugares lejanos y de otras culturas, otras regiones del continente que me gustaría conocer. Conocer y reconocer, son dos actos distintos entre sí, pero parten de la misma raíz; es como vernos crecer a nosotros mismos a través del paso del tiempo y de repente un día encontrar algo nuevo en nuestro cuerpo que creíamos que antes no estaba pero que siempre estuvo, como por ejemplo, los pelos debajo de mis axilas, es decir, cada vez que me veo en el espejo, están, pero siempre me parece que son algo nuevo. Me conozco y reconozco que estoy cambiando, creciendo.
Nos quedamos hasta pasada la media noche; ¡estuvimos todo el día frente a la compu! –le dije-, pero ni me escuchó, estaba “atrapado” por su amiga, que dicho sea de paso, vivía en Córdoba, y nada más y nada menos, él pretendía ir un día a visitarla; tal era su ambición. En el instituto, no tenía buena reputación, se había ganado el reconocimiento de “pollerudo” o “mujeriego”, más porque sus amigos de Tierra del Fuego lo llamaban “rata”.
· ¿Por qué te dicen rata?
· No se…cuando era chico me la pasaba imitando las voces de los animales… un día, fuimos con mis amigos a buscar no sé qué cosa al garaje de mi padre, y veo salir una rata por detrás de la rueda del auto y huyó despavorida emitiendo ese sonido tan característico de ellas, algo así como ¡cuí cuí!.
· Ja ja, no mientas, a vos te decían rata porque eras medio codito, ¡rasca!
· Ja j aja, bueno, la verdad que un poco sí, ¡pero no es para tanto che!; si cuando salimos a tomar con mis amigos siempre pongo mi parte…
· Bue, todavía lo sos…
4
Días después, salimos del instituto Gastón y yo rumbo a la esquina. Veníamos conversando acerca de las materias o mejor dicho de los docentes que daban tales materias, y nos preguntábamos qué será acerca de la vida de ese profesor que llegó a ser rector, de una manera no muy clara. Lo poco que supe, fue porque en varias ocasiones he estado charlando con él. Además se rumoreaba que sólo daba clases a alumnos de nivel primario y terciario, no secundario, a causa de su impotencia de poder controlar a los hiperactivos y ruidosos adolescentes del colegio secundario. Siempre abstraído en los trabajos que realizaba, cuando le preguntaban sobre algo, no daba respuestas a las inquietudes, solo reafirmaba lo que él proponía como si fuese dueño de toda la verdad; pero se equivocaba, porque todo buen profesor debe aclarar las dudas de sus alumnos. Se lo veía como alguien obsesivo y que le importaba demasiado la mirada ajena. Toda su vida había estado consagrada a ello: trataba de complacer siempre a los demás; no a la manera de servir, sino de acomodarse a los prejuicios de los demás. Vestirse según las modas del momento, comportarse “adecuadamente” según las normas sociales, pero muy pocas veces logró ser él mismo. Sin embargo, él sabía lo que hacía, a menudo se daba cuenta que actuaba su vida, se dejaba influenciar muy fácilmente por los demás; incluso hasta podía sentir lo que sentían otras personas, como si se metiera dentro de sus cuerpos. Alguna vez pensó que era como el monstruo de Frankestein, una bestia compuesta con partes de diferentes cuerpos, lo que le trajo dificultades a la hora de reconocerse; no encontraba un alma gemela, se sentía demasiado solo. Un poco de soledad está bien y es normal, pero lo de él era demasiado. No se identificaba con nada ni con nadie, no se parecía a nadie. No era una aberración ni era deforme, a simple vista era una persona común, pero no compartía sentimientos ni pensamientos con nadie; estaba realmente solo. A veces, escuchaba a su propia consciencia, esa vocecita que te habla desde adentro pero nunca podés ver quién es. La relación con ella era ambigua, a veces coincidía con lo que le decía, otras ni la oía, en alguna oportunidad hasta se enojaba con ella, entonces se encerraba en sí mismo confinándose a navegar por las dimensiones de su mente. Su único defecto, en mi opinión, era que se perdía un poco de la realidad. Imaginar, dejarse llevar por sus fantasías, significaba el boleto a una prisión sin condena, entraba y salía cuando quería, pues resultaba tentador. Pasaba allí la mayor parte del tiempo. Cuando alguien le hablaba, automáticamente su mente empezaba a volar; una parte de él escuchaba, la otra, desarrollaba una teoría de su concepción del mundo. Idealizaba en todo momento, proyectaba sus ideas hacia futuros lejanos creyendo un mundo mejor. Sus supersticiones guiaban su camino y también creía hablar con dios, sabía que lo hacía y tenía fe en ello. Le hacía caso, pedía consejos y rogaba que lo ayudase en su interacción con el mundo. De niño, tenia sueños como los de cualquiera de su edad; manejar coches, volar y quería ser rico para poder comprar todos los juguetes y golosinas que se le antojasen sin pedirle permiso a nadie, según me contaba. Tenía miedo, le aterraba acercarse a la gente de manera intensa, es decir, su falta de contacto no le permitía conocer bien a las personas. Poco a poco se fue dando cuenta que muchos de los prejuicios que tenía de las personas, no eran ciertos. Hay gente mala y gente buena, decía; para reconocerlas es necesario conocerlas más a fondo. Todos tienen algo bueno y algo malo; algunos más que otros. Miedos, timidez, falta de confianza, prejuicios o mera ignorancia evitan que las personas estén cerca unas de otras. Una vez, consiguió un puesto como director deportivo de las colonias de verano que se realizaban en su ciudad natal, Sevilla, España. Conoció a los niños más adorables descubriendo así, una ternura que excedía sus emociones; pero lo más importante para él, fue descubrir una nueva faceta del ser humano como, el amor al prójimo, el altruismo, el compañerismo, que eran actitudes totalmente nuevas desde gente extraña hacia él; lloró y lloró hasta más no poder, sus ojos eran cataratas que se abrían paso arrollando todo a su paso, como una represa que explota de repente. Cuando lo llamaban -¡profe profe!-, sentía que era importante y debía responder con alguna enseñanza. Luego, al terminar la temporada de vacaciones, agradeció a dios, a sus compañeros por ser tan amables y a la vida por esa experiencia tan llena de amor. Así renovó su fe en las personas; desde cierto punto de vista, murió y renació con otras expectativas, veía con otros ojos al mundo; todas las creencias que poseía hasta ese momento se habían transformado en algo nuevo, virgen. Había crecido. De vuelta al mundo real, la aprehensión a la gente y el miedo al qué dirán, seguían ahí como prolongación de su alma. Siempre se interesó por saber por qué la gente actuaba con tanta violencia, hipocresía; el desamor, la intolerancia hacia los demás y la falta de altruismo entre los seres humanos. Si cambiaba todo eso, el mundo sería mejor, pensaba. Llegó a creer que el hombre es como un virus, una plaga que se reproduce, devora todo a su paso y se autodestruye, así sin más. ¿Por qué siente el hombre? ¿Para qué están las emociones? ¿Para sufrir nada más? Claro que no, ahí estaba la falla, si no hay amor, aparecen todos los problemas. Por eso se decidió por la educación, porque sin educación el hombre jamás llegará a valorar la belleza de la vida, amar una mujer, crear una familia, sentir el viento tu cuerpo tocar, ver el horizonte al amanecer, al anochecer y un sinfín de formas de apreciar la naturaleza. Le interesaban las pequeñas cosas, los detalles de la vida cotidiana; cómo se forma la vida, el origen del cosmos, qué lleva al hombre a actuar, cuál es su razón de ser. Creía que el hombre es la razón de ser de dios. Admiraba a las mujeres, su elegancia, su belleza y esa envidiable forma de amar. El hombre, en cambio, es grotesco, cruel y despiadado. De la mujer, que acaparaba todo su interés sexual, le intrigaba saber todo, qué pensaban, cuáles eran sus gustos, y su modo particular de hacer las cosas. A algunas las veía como serpientes que se arrastran, a otras como vampiros chupa sangre, ambas despreciables; pero estaban las joyas invaluables, la flor en el pantano, única, capaz de despertar los sentimientos que aguardan en el fondo del corazón de un hombre. Por ellas, todo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que se interesó por la magia, la magia de la vida, aunque también en la magia negra: el acto de desearle lo peor a alguien y llevarlo a cabo. A menudo se lo encargaba a dios, cuestión que dejaba sin efectos sus deseos. Él también disponía de su cuota de maldad en su corazón, como todos los hombres, aunque en mucha menor medida.
Aún así, por más que intercambiáramos ideas o conocimientos acerca de la vida de tal profesor, seguía siendo un misterio, para nosotros, así como a la mayoría de los jóvenes de aquél instituto. Por más que intentáramos dilucidar cuáles fueron las causas que hicieron que una persona como el profesor llegara a ocupar el cargo de rector, no logramos sacar ninguna conclusión, y no le dimos más vueltas al problema. –Ya nos enteraremos-, decía Gastón a menudo.
Una vez llegados a la esquina, decidimos ir a por un refresco para acompañar el día, que ya estaba menguando. Como era de esperar, nos dirigimos hacia el kiosquito[1] que estaba justo en frente de la esquina donde estábamos parados. Todos, sino casi todos los alumnos del instituto paraban ahí a relajarse tomando unas bebidas, o bien, porque queda de paso, o simplemente porque no hay otro kiosco en varias cuadras a la redonda. La cuestión es que pedimos una coca-cola y nos sentamos bajo las sombrillas que adornaban la entrada al kiosco. Si bien estaban todas las sillas vacías, en el asiento que elegí yo, ha estado alguien hace no mucho tiempo, porque todavía conservaba esa calidez que el cuerpo le transmite al asiento, o tal vez había sido el sol que había dado sus últimos rayos de luz diurna. El asiento de Gastón estaba frío y algo sucio, según me dijo luego de hacerle este comentario; lo que no aclaró mis dudas de si hubo alguien sentado acá antes que lleguemos, o sólo restos del paso del tiempo. En la mesa no había indicio de que alguien hubiera merendado o algo por el estilo. Sin embargo, mi mente se inclinó por la idea de que sí estuvo alguien, mientras que yo prefería pensar que había sido el sol el que anduvo “relajándose” en el ahora mi asiento.
De entre la variedad de temas que fueron surgiendo en medida directamente proporcional al consumo de la bebida que amenizaba el día, uno de ellos fue, no recuerdo bien de dónde salió, como siempre pasa, la humildad. Cuestión casi olvidada hoy por la mayoría de los jóvenes que deambulan por cualquier ciudad y hasta sociedad me animo a decir, aunque primordialmente se da más en los que viven en la ciudad que los que viven en el campo o zonas menos pobladas. La humildad, le decía a mi amigo, es algo que yo valoro mucho, aún más de lo que todos creen. Ahora recuerdo de dónde venía este tema, y haciendo referencia al talento musical de Eric Clapton, yo le decía que él por ejemplo, simplemente hacía lo que le gustaba y lo que mejor sabía hacer, y nada más. No tenía necesidad de alardear de su capacidad; porque el talento, y las capacidades o habilidades o como quieran llamarlo, es algo que se tiene o no se tiene. En lo personal, cuando oigo hablar a las personas de “yo esto…”, “yo aquello”, “yo lo otro…”, no están diciendo nada, la virtud no se agranda ni se achica, es. Y la falta de humildad tiende a enmascarar la verdadera naturaleza de las personas. Eso es algo que aborrezco. Fanfarronear no va a hacerte más hábil o virtuoso, le decía. La originalidad está ahí, no necesita que la presenten, se demuestra por sí sola. –Cómo me gusta el tema Layla-, pienso a menudo. Los sentimientos espontáneos que surgen, son reacciones naturales que me hacen dar cuenta de su capacidad creativa. Cuando escucho el solo de piano siento que vuelo junto con el tema. No sé si eso es capacidad creativa o tan solo una pequeña parte de lo que alguien como Layla pudo haberle inspirado como para escribir tal canción.
-¿De dónde vienen las inspiraciones que hacen que monstruos como Clapton creen canciones como estas?
-Pues, no lo sé. Tal vez el viento, el aire fresco, el sol, nos dan estas ganas de hacer cosas. Aunque en mi opinión, esta vez fue quien sea que fuera Layla y lo que significó para él, en un determinado momento de su vida.
-Sí si, las mujeres, ¡me vuelven loco! Capaz que tuvieron sexo o se quedó con ganas de hacerlo.
-No sé…¿Vos siempre pensando en lo mismo? Hay otras cosas, además del sexo, que motivan a las personas a componer tan bellas canciones. Yo creo y quiero suponer que habrá tenido motivos más profundos…O tal vez simplemente quiso transmitirle lo mucho que la quería, aunque el tema hable de…En fin…¡qué temazo!; y cambiando de tema ¿qué pasó con esa chica que conociste en el trabajo? ¿cómo se llamaba?...¿Ofelia? mmm, no, am ¿Amalia?
-No, Amelia, pero no quiero hablar de eso, de lo que te conté la otra vez, no pasó nada más, las cosas quedaron como estaban y ahora ya ni siquiera le dirijo la palabra.
-Habrás escuchado alguna vez la frase de O. Wilde: “me puedo resistir a todo, menos a la tentación…”, ¡Ja ja ja!
-No seas boludooo[2]
-¡Jaaa ja ja ja ja ja ja ja!...Perdoná, es que me da risa ¡cómo caíste en su trampa!
-Bueno vayámonos de acá; ahora tengo ganas de ir a mi casa a tocar un poco la guitarra y tomar unos tragos.
-¡No te chivééésss! ¡Ja ja ja! ¡Andá a laburar!
Nos despedimos y nos fuimos cada uno para su lado. Me tomé el colectivo y a las pocas cuadras, otra vez mi mente me punzaba con los recuerdos de lo que una vez me contó Gastón que le ocurrió con Amelia. Me dio lástima y después rabia, el simple motivo de ella, de aprovecharse de él, y sólo para conseguir un puesto de trabajo ¡sólo por ganar un poco más de plata! Ella se ufanaba de amarlo; no le interesaba en lo más mínimo, sólo era un medio para sus fines. La cuestión es que una vez, de tanto insistirle, medio en broma, medio en serio, para que vaya a su casa y bueno, pasar la noche.