No es que yo quisiera morder el filo de tus labios
tu sinceridad se atribuye todos los méritos
de la belleza que irradias.
Hoy mientras caminaba rumbo a mi norte sin pensar absolutamente en nada, por primera vez sentí algo que apenas puedo describir con palabras. Creo haber sentido esto alguna vez, pero no de esta manera. Me dejé llevar por el paso de mis piernas que libres como el viento vagaban sin lugar a dónde ir, pero de seguro hacia algún lugar me llevaban, de eso estoy seguro. Parecían independientes de mi voluntad, como si pertenecieran a otro cuerpo, o a otra persona, -¿estoy poseído?-. Dos horas después empecé a conectarme con el tren de abajo y juntos fuimos decidiendo paso por paso; a la izquierda; doblá en esta, seguí por acá; -guarda con eso-, ¿con qué?; ¡no lo pises!...Mierda…
Seguí caminando derecho, pero esta vez, mis pies obedecían lo que yo les ordenaba. Un, dos, un, dos, un, dos, tres, ¿tres? Ja ja ja acto fallido; digo acto seguido, no sé si fue que estaba algo soñoliento desde la última vez que me desperté, pero mis pies empezaron a hablarme –si, a hablarme- estupideces, cosas sin razón. Por ejemplo el pie derecho espetó con cierto malestar que por qué siempre tenía que ser él quien tuviera que empezar a caminar mientras que el otro se quedaba esperando a que él diera el primer paso. Supe que su voz era la de él por su tono seco, ácido y crítico. Además sentía como si la parte izquierda de mi cabeza me estuviera latiendo, casi que me podía tomar el pulso si no tuviera pelo. Por cierto, el hemisferio izquierdo del cerebro controla el sector derecho del cuerpo si el eje longitudinal que lo atraviesa lo divide en dos mitades. Entonces, ahí no tuve más dudas; más que luego, respondió el otro pie algo así como que lo de esperar a que el derecho diera el primer paso tanto al despertar o en un acto simbólico para empezar el día, lo hacía por cortesía, y que además sólo ejecutaba órdenes directas, aunque no siempre fuera así. Me sentí aludido, pero desde el principio del diálogo, seguí caminando sin prestarles demasiada atención, y sin decir nada, dejando que ellos expresaran todo lo que tengan ganas. Un poco así soy yo, prefiero dejar que los demás hablen y digan lo que piensan o lo que tengan ganas, y si considero emitir alguna opinión pues lo hago en el momento que nadie se lo espera, así como golpes certeros. Desgraciadamente no había agua al borde de la acera ni charcos donde humedecer la zapatilla perteneciente al pie que rezongaba sin encontrar consuelo. Tuve que seguir buscando agua, o cuando menos seguir caminando hasta hacer desaparecer el recuerdo del perro que no le importa dónde hace sus necesidades más que sus ganas de sacarse un peso de encima; o más bien de su dueño, a quien no conocí ni le vi su cara, pero que lo odié por no cumplir su rol de ciudadano que deambula por una ciudad que compartimos todos. -Si tenés mascota y la sacás a pasear llevate una bolsita y limpiá tu mugre-. Después de todo uno se tiene que hacer cargo de su mascota.
Fastidioso seguí caminando unas cuantas cuadras más de lo que había previsto antes de salir de casa. Esta misma situación en un día lluvioso, no me hubiese importado tanto.